“ Delante d ela
actual entrada, que es la antigua de la Huerta de Monasterio y por la que se
regía el Emperador cuando salía a caballo, elevase un añoso y corpulento nogal,
tenido en gran veneración histórica, y del que no hay viajero que no se lleve
algunas hojas como recuerdo de su peregrinación a Yuste”
Es que aquel
nogal data de un tiempo muy anterior a la fundación del convento, es que a su
sombra fue donde, según la tradición se sentaron los anacoretas Bralles y
Castellanos, la tarde que eligieron aquel sitio, entonces desierto, como el más
apropiado para establecerse, y es que el mismo emperador en tiempo de verano
solí pasar largas horas bajo su espesísimo ramaje, viendo correr el agua del
arroyo que fluye a sus pies y respirando el fresco ambiente de un tan umbroso y
deleitable. El nogal en
cuestión
-según el libro- tiene seis
siglos.
El nogal estaba
situado en la explanada que hay frente a la tienda que venden regalos para los
turistas y que hace ya bastantes años que hubo que cortarlo dado que estaba
hueco y en él los desaprensivos turistas arrojaban desperdicios y basuras. La diapositiva nos
muestra el lugar exacto donde estaba el nogal.
Esta extensa rampa que
tenemos en la imagen, es la misma que se construyó para que Carlos V pudiera
montar a caballo a la puerta de sus habitaciones, o sea en el piso alto,
librándose así de la incomodidad de las escaleras que eran ya insoportables
para el emperador. Esta rampa va pues al mirador o salón abierto, cuyo interior
descúbrese completamente por los amplios
arcos que constituyen dos de sus lados.
En este salón
mirador vemos esta fuente que tendrá unas “dos varas y media de altura” y se
compone de un pilar redondo, del centro del cual sale un recio fuste o árbol,
que luego se convierte en gracioso grupo de niños, muy bien esculpidos; todos
ellos de una pieza y de piedra muy parecida al mármol aunque de especie
granítica. El grupo de niños sostiene una taza redonda, de la cual fluyen por
los cuatro caños un agua cristalina sumamente celebrada por sus virtudes
higiénicas. El emperador no bebía otra.
Esta fuente se
la regaló a Carlos V el ilustre Ayuntamiento de Plasencia.
En esta pared
había antes un viejo banco de madera, en el mismo lugar que antes hubo uno de
piedra, se lee al pie del dibujo una inscripción pintada en la pared en caracteres
del siglo XVI, muchas veces retocados:
“SU MAJESTAD EL
EMPERADOR DON CARLOS V, SEÑOR EN ESTE
LUGAR ESTABA SENTADO CUANDO LE DIO EL MAL EL DÍA 31 DE AGOSTO A LAS CUATRO DE
LA TARDE.-FALLECIÓ A LOS 21 DE SEPTIEMBRE A LAS DOS Y MEDIA DE LA MAÑANA, AÑO DEL
SEÑOR 1.558”
Seguimos en el
salón mirador y en él, entre el arco que comunica con la rampa y el otro
contiguo hay un poyo de piedra, de dos cuerpos, mucho más ancho el de abajo que
el de arriba, que se construyó allí para que Carlos V montase a caballo más
cómodamente.
Por cierto,
según refiere Fray Prudencio de Sandoval, autor del libro que estamos siguiendo
en la descripciones, las cabalgaduras que éste usaba en Yuste no tenían nada de
cesáreas ni de marciales ya que consistían en una jaquilla bien pequeña y una
mula vieja.
Fray Prudencio
de Sandoval, historiador ya citado, describe así la última vez que carlos V
montó a caballo:
“…puesto en una
jaquilla, apenas dio tres o cuatro pasos cuando comenzó a dar voces que le
bajasen, que se desvanecía, y como iba rodeado de criados, le quitaron luego y
desde entonces nunca más se puso en cabalgadura alguna”.
¡Tan acabado
estaba aquel que tantas veces había recorrido Europa a caballo!.
Fachada del
palacio de Carlos V.
El edificio
construido por deseos e instrucciones concretas que el emperador había dado
desde Brusela constaba de dos plantas distribuidas cada una de ellas en cuatro
habitaciones con un pasillo en el centro.
La superior era
destinada de manera permanente a Don Carlos y disponía a la vez de una terraza
cubierta a la cual podía acceder por una rampa desde el jardín que ya hemos
descrito.
Para hacer más
agradable la estancia, el emperador se había construido grandes chimeneas al
objeto de templar y eliminar la continua humedad del lugar.
Salas de
audiencias, donde el emperador recibía muchas visitas.
Apenas estuvo
instalado en Yuste, Carlos V recibió innumerables visitas, unos venían con el
exclusivo placer de visitarles, otros eran interesados y los demás por motivos
de negocios de gobierno. Lo cierto es que en este aspecto de la vida de Don
carlos en Yuste también se apartaba mucho de lo que tenía que ser una vida
monástica.
Habitualmente en
Yuste las visitas del Conde de Oropesa que desde Plasencia o Jarandilla iba muy
a menudo a visitarlo y cada vez que lo hacía era portador de obsequios muy
principalmente alimenticios, que tanta ilusión le producía al Emperador.
También le
visitaban dos entrañables amigos de siempre, Francisco de Borja que fue Duque
de Gandía, y que ahora era Fray Francisco, y Luis de Ávila y Zúñiga, capitán
del ejercito y cronista de sus hazañas.
Entre las
visitas que más placer le producía eran las que le hacía sus hermanas Leonor,
reina viuda de Francia, y María, reina de Hungría. Estas entrevistas eran muy
cordiales y llenas de recuerdo de su juventud.
De todas las
visitas que el emperador recibió en Yuste, entre las más notables fue la de
Doña Magdalena de Ulloa, mujer de Don Luis Méndez de Quijada, visita que venía
acompañaba desde Cuaco donde residía por el entonces llamado Jeromín, esta
entrevista única que tuvo el emperador con el que era su hijo tuvo lugar el 6
de julio de 1.558.
Antecámara del
Palacio.
Podemos observar
la silla de Carlos V, con un dispositivo especial para descansar la pierna de
sus dolencias como consecuencia de ataques de ácido úrico conocido más
popularmente como ataques de gota que tanto castigo dará al emperador en sus
últimos años.
Desde la
permanencia en Jarandilla había tenido fuertes ataques de gota que le tenían
semiparalizado por habérsele situado en la rodilla izquierda, brazo derecho,
cuello y parte de la espalda, dándole fiebre y destemplanza durante varios
días.
Parece que a
causa de los ataques de gota le había quedado un fuerte quemazón en la
pantorrilla que le hacía rascase continuamente y que le desazonaba combatiendo
los picores con baños de aguas de rosas y vinagre.
Los ataques de
gota con mayor o menor frecuencia no perdonan al dolorido cuerpo de Don Carlos
que había de guardar reposo entre los sillones que tenía para estos fines y la
cama entre almohadones de plumas.
En el mes de
agosto, fatídico para Don Carlos, se manifestaría la enfermedad que le llevaría
a la tumba y que, desde luego, ni fue la gota ni las célebres tercianas a que
se atribuye su muerte, sino que por los estudios de todos sus síntomas
reflejados en al correspondencia de su médico Matisio, así como la de Quijada y
Gaztelu, fue el paludismo lo que concluyó con la vida del emperador.
Al medio día de
los aposentos se encuentra este estanque donde para su majestad había tencas.
Sin calificar al
Emperador como un auténtico glotón, sí es preciso consignar que durante toda su
vida comió con voracidad y avidez.
El defecto de su
mandíbula, el prognatismo que había heredado de la casa de Borgoña y no de la
de Austria como erróneamente se mantiene, le dificultaba extraordinariamente la
masticación, ayudándose para la ingestión de los alimentos con abundantes
tragos de cervezas o vino, que eran sus dos bebidas preferidas.
El mejor presente
que en toda su vida se podía hacer al Emperador eran alimentos, fuesen de mar o
de tierra. A Yuste llegaban continuamente las ostras, las platijas y las
lampreas que se las remitían desde Lisboa a Badajoz y desde allí a Yuste.
Lógicamente no siempre llegaban en condiciones de frescura pero aunque así
fueran eran bien recibidas por tan ilustre comilón.
De los productos
de La Vera se holgaba mucho comiendo los espárragos y las turmas de tierra que
entonces se desconocía la influencia negativa que ambos alimentos tenían para
la gota y que el Emperador deglutía con verdadero entusiasmo siendo
productos de los alimentos más nocivos
para la enfermedad que aquejaba al Emperador.
De los alimentos
de los ríos gozaba de las truchas y de los barbos, que era en el fondo los
pescados más inofensivos para la salud.
Serían
innumerables las anécdotas referente a la alimentación del emperador, baste
decir que su glotonería y el desconocimiento de aquella época de remedios
eficaces contra la gota, hicieron padecer mucho a Don Carlos de una dolencia
que quizás en otra persona de mayor apetito y menos caprichosa para los
manjares hubiera podido contenerse y evitar, sino todas, una serie de grandes
molestias de las que sufrió el emperador.
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Ermita de Belén |
En la imagen se puede observar la ruina de una ermitilla, llamada de Belén, que dista del convento unos 500 metros, y donde solía encaminar los frailes sus paseos de inveirno, costumbre que adquirió Carlos V.
El camino d ela ermita era una llana y hermosa calle de árboles, con prolongados asientos, en el que cabía toda la comunidad.
A principio de este paseo había un viejísimo ciprés, a cuyo pie, y recostado en su tronco, estaba sentado Carlos V la primera vez que vio en Yuste a su hijo Jeromín, el famoso Don Juan de Austria, ya casi mozo, después de muchos años de separación.
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Casa de Jeromín, situada en Cuaco de Yuste
En esta casa
situada en Cuaco, vivió Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos V, y que
fue conocido por el nombre de Jeromín.
El hijo de
Carlos V y de una lavandera llamada Barbara de Bloberg había nacido en
Ratisbonda donde pasó la infancia con su madre. A los 8 años lo traen a España
sin que nadie conociese su condición.
Vivió en Leganés a
cargo del clérigo Bautista Vela y de una tal Ana Medina. Pero el bastardo
imperial hacía en Leganés una vida demasiado villana y de ahí que Don Luis
Quijada se lo llevase a Villagarcía, de donde era señor y lo confío a su mujer
sin revelarle el secreto, por lo que esta señora llego a concebir tristes
sospechas que amargaron su vida, hasta que muerto el Emperador hizo pública la
verdad el rey Felipe II, reconociéndole como príncipe y hermano suyo al que
había de ser el primer guerrero de su
tiempo.
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Dentro del monasterio
observamos un reloj de sol.
Carlo V tenía
una gran afición por los relojes para lo que disponía de una persona que se
ocupaba de ellos y que era Giovanni Torriano, llamado Juanelo y de dos ayudantes
que tenía éste.
La relación de
relojes que tenía el Emperador era sorprendente para aquella época y se
encuentran de todas las clases que se conocían.
El Emperador
dedicó gran parte de su ocio a desmotar y montar aquellos que no funcionaban
correctamente, aunque en muchas ocasiones para volverlo a montar tuviera que
recurrir a la ayuda de Juanelo.
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Claustro del monasterio, estilo gótico.
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Claustro gótico. Acceso al claustro plateresco.
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